Una de las grandes obras de Akira Kurosawa.
Se trata de un jidaigeki que no posee como centro el universo de los samurais, sino la crítica y el drama social. La obra está inspirada en una colección de relatos cortos de Shûgorô Yamamoto.
Esta obra fue la última colaboración entre Kurosawa y el que fue uno de sus grandes actores Toshirô Mifune, quien ganó la Copa Volpi en el festival de Venecia por esta película.
La obra ahonda en dos de los temas preferidos por el director, la humanidad y el existencialismo. Este estudio de la humanidad le lleva a producir una de sus obras más críticas socialmente.
Obra de larga duración (más de tres horas de metraje) que tardó dos años en rodarse. La obra nos traslada a un pequeño pueblo alejado de la opulencia de Edo o Kioto para acercarnos a los problemas de la gente corriente.
La obra se sitúa en el siglo XIX época en la que el Shogunato Tokugawa está caminando hacia su conclusión. Es un periodo de grandes problemas sociales y económicos. En este periodo convulso es cuando la obra se sitúa, arrastrando al protagonista, un medico arrogante que aspira a entrar al servicio del shogun, a conocer la realidad del país.
Esta es sin duda una de las grandes obras de Kusorawa, una de esas obras reflexivas del autor, que intentan no sólo llegar emocionalmente al espectador, sino que ejercite su cerebro para analizar los que en ellas se presentan.
Y es que, a pesar de estar situada en el S. XIX, su historia es universal y no conoce épocas, capaz de trascender en el tiempo y el espacio. Este es uno de los principales valores de esta obra.
Sin duda un buen ejercicio de entretenimiento y reflexión, pero sobretodo un ejercicio de cine.
Por: Iván Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario